jueves, 18 de mayo de 2017

Te va a picar la cabeza.

Con no poco sacrificio mi vieja me había regalado una pelopincho. No era grande en absoluto, pero era un bombazo tener pile a los 10 años. Ya hace unos años que las casas del barrio habían empezado a poblarse de piletas.
El verano tucumano se emociona con el calor. Amanecemos con casi 30 y llegamos a 50 con una tranquilidad pasmosa. No, nada de tranquilidad. Transpiramos a la sombra. La humedad es un asco. Y de mi frente brota sudor por litros. Pero dejemos de hablar de mis fluídos, les estoy por contar otra cosa.
La pileta era necesaria. No la podía usar a la siesta por dos razones: la primera por la salud de mi piel, y la segunda por la salud de mis orejas. Estaba prohibido hacer ruido hasta las cinco de la tarde en casa (creo que justamente por ese dichoso límite aprendí las horas)
Y nadar en silencio a los 10 años ... ¿qué más querían de mi? ¿Mi corazón?
Así que el frenesí se desataba a las cinco en punto. Qué palabra les metí. Frenesí. De repente se puso en blanco y negro el blog.
Y para que haya diversión, tenía que haber amigos en la pileta. Si eran amigas, mucho mejor. Sobre todo si era la vecina de al lado. O su hermana mayor. O la vecina de la cuadra del frente. O la que vivía a la vuelta. En fin, me estoy yendo por las ramas otra vez.
La cuestión es que había dos hermanos que no tenían pileta en su casa y tampoco nadie los invitaba, nunca. No eran malos, de hecho jugábamos a la pelota juntos siempre y eran parte del grupo. Pero aún así, nadie nunca los tenía en cuenta para llevarlos a su pile.
Los niños muchas veces son crueles ... el problema era que ellos vivían con piojos. No vamos a entrar en detalles con la situación que vivían en su casa, era muy triste todo.
Y siempre fui medio mariconcito con el tema emocional. Les tenía aprecio y me daba pena. Así que le dije a mi vieja.
Fer: "Ma, fulanito y sutanito van a venir a la pileta esta tarde."
La gringa no me dijo nada, pero ella sabía cómo venía la mano con ellos.
Vinieron, les prestamos unos toallones y nos quedamos hasta las ocho. Después comimos unos churros que preparó mi vieja con unos licuados de banana y manzana y cada chancho a su rancho.
Nos divertimos un montón.
Ellos se llenaron de felicidad y yo de piojos. En la primer media hora me sacaron veinticuatro. Tengo grabada la cifra.
Me rasparon hasta el último cabello con el peine fino.
Después mi vieja bañó un trapo en vinagre y me envolvió la cabeza con eso y así me fui a la cama.
Al otro día el olor a vinagre era irremontable. Todos sabían en el colegio que olor a vinagre era síntoma de piojos.
Fer: "No, nada que ver, se me cayó ensalada sin querer."
Era pelotudo de chiquito para mentir.
Nunca toqué el tema con ellos, ya son dos hombres y si bien no los veo a diario, los sigo queriendo un montón.
Pero a esa tarde ... la volvería a pasar mil veces más. Piojos, vengan de a uno.

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