martes, 23 de mayo de 2017

Montaña rusa.

Diez.
Es el número de veces que tengo que despedirme en el mes de mis hijos (promedio)
Ciento veinte veces en el año.
Hay una adrenalina que corre por mi cuerpo, algo parecido a las dichosas mariposas en el estómago cuando estoy llegando a visitarlos o a buscarlos.
Y hay un nudo en la garganta que surge a pasos agigantados con cada chau.
Montaña rusa de emociones. Un rato bien arriba. Y al rato bien abajo.
Aquellos que viven con niños lo saben bien, los chicos llenan la casa. Con risas, con peleas, con gritos y con susurros. Con juegos, ensuciando cosas, llorando, durmiendo, con planteos inesperados, en cualquier estado. La llenan. En ese momento tenés un hogar.
Cuando se van, la casa queda enorme. No hay forma de llenar los vacíos.
Sólo quedan dos peluches inertes a los que nadie va a abrazar, frazadas de niño dobladas en el placard, cepillos de diente pequeños que vuelven a la parte de arriba del botiquín, una caja de juguetes inútil, libros para colorear que vuelven a quedar en blanco y negro. Y ese puto nudo en la garganta que no se va.
La dichosa montaña rusa.
Tanto de ida como de vuelta el viaje se hace en dos partes, primero en un bondi y después en un taxi. Ellos viven en otra ciudad y no hay nada que nos acerque de manera directa.
En la ida venimos jugando al veo veo y hablando hasta por los codos.
Lautaro: "Papi me prestas el celular?"
Fer: "No hay chance, siga la flecha." (no soy de la idea de dar el celu a los chicos)
En la vuelta no hay juego. Apenas unas pocas palabras.
Fer: "Enana, qué te pasa."
Lucía: "Nada ..."
Fer: "Decime."
Lucía: "Otro día mejor te lo digo."
Hay silencio, un silencio crudo, hay miradas perdidas y ... de nuevo ese nudo de mierda.
Cuando voy a verlos es un griterío de pibes a mi llegada. Corren de un lado al otro. Y es jugar y jugar y jugar sin fin. Ir al almacén a comprar caramelos, fruta, pan y una gaseosa. Y volver a jugar. Hasta que me voy.
En ese instante se acaban los gritos. Se van corriendo hasta la ventana de su dormitorio y estiran las manitos. Yo desde la vereda les digo que los amo y ellos me devuelven las mismas palabras y promesas de "nos vemos pronto."
Y me voy caminando como entre nubes esas cinco cuadras hasta la parada del bondi.
Montaña rusa ...

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