sábado, 8 de abril de 2017

Deja ya de joder con la pelota.

Amigos: "Doña Gringa, ¿que puede ir su hijo a jugar a la pelota con nosotros?"
Así empezaba cada tarde. A los gritos desde la vereda. Había que buscar al cabezón, al negro, a Machi, al gordo, a Seba, al anteojudo, etcétera y la banda estaba completa.
Al ratito nomás ya teníamos armados los dos equipos. Primero los partidos se armaban en plena calle. Era un pasaje y el poco tráfico ayudaba. El arco se armaba con piedras o remeras y si la pelota iba más alto que las manos del arquero de turno, no era gol. Se iba por arriba del travesaño imaginario.
El tradicional "pan y queso" definía la elección de los jugadores. Casi siempre me tocaba ser uno de los electores. Para los que nunca lo hicieron se trataba de colocarse en frente del otro, a una distancia de más o menos tres metros e ir avanzando paso a paso, con pies pegados; un paso era el "pan" y el otro era el "queso". En determinado momento uno de los dos podía pedir "saltito con carrera". Y si llegabas hasta el otro extremo, empezabas eligiendo. Los dos mejores siempre terminaban juntos. Y a mi me tocaba ... el resto. No me importaba, la verdad que disfrutaba esa idea de remontarla desde abajo y pelearle a la contra que tenía todo a favor. Otra vez, casi una premonición de mi vida.
Después los partidos se mudaron al terreno de la Torasso que está a media cuadra de la casa de Bernarda Alba. Hicimos un agujero en la tela metálica y nos colábamos por ahí. De un lado la calle, del otro "el arroyo", un monte por el cual corría un curso de agua, que era como nuestro patio de juegos.
Lógicamente, como era terreno ajeno, cada tanto venía la policía a desalojarnos. Para eso, el arquero que estaba del lado de la fábrica tenía que estar atento. Y cuando escuchábamos "¡¡¡la cana!!!"", uno agarraba la pelota y todos corríamos. Un despelote de changos, algunos por la tela, otros hacia el arroyo. Ninguna baja en acción. En tu cara policía tucumana.
Unos años después nos mudamos a la "cancha de piquilo". Piquilo era un vecino, un señor cuya casa lindaba con un terreno que tenía un formidable desnivel hacia el arroyo. Pero de todos modos, intentó nivelarlo (algo) y le puso dos arcos. De los verdaderos. Un lujo. Ahí se armaban los partidos con "los de la otra punta del barrio". Eran partidos de hacha y tiza. Y yo, que de tranquilo tengo 0,1% en mi genética, seguido terminaba en pelea.
Me gustaba encarar con la pelota. Amaba jugar a la pelota. Si metía un gol era de gritarlo con el alma. Era de putear. Mucho. De alentar todo el tiempo. Me gustaba formar parte del equipo que era el punto y terminar siendo la banca.
Terminaba embarrado hasta los ojos. No me importaba caerme de cabeza en un charco. Llegó entonces un día "piquilo" y me dijo: "chango, vas a jugar en el equipo del barrio". Eso para mi era como jugar en el Barcelona.
Me tiró la número tres y me pidió que suba y baje todo el tiempo por el lateral izquierdo.
Debutamos usando la camiseta del Santo. Nos habían donado unas camisetas de tela, usadas, con los números pegados y con tantos agujeros que había más perforaciones que tela. No todos teníamos botines. Salimos a la cancha contra los chicos de "La Estrella". Cinco goles nos comimos.
Lloramos como niñas. Nos reunió "piquilo" y nos dijo que no pasó nada. Un mes después jugamos con el Barrio SMATA. Arrancamos perdiendo dos a cero. Y lo terminamos ganando seis a dos y yo metí dos goles.
"Piquilo" tenía algunos contactos y nos metió en un cuadrangular con San Martín, Atlético y Central Córdoba.
Era mi sueño. Si jugaba bien podía quedar en el Santo. Debutamos contra CC. Cero a cero. Jugamos después con Atlético. Ganamos dos a cero. Un gol fue mío.
Cerrábamos con el ciruja. Ganamos uno a cero con un golazo que me mandé. Pero el DT de San Martín no me prestó atención nunca.
El que sí vino a buscarme fue el DT de Atlético. Le dije que no. El tipo me conocía de vista, vivía cerca de casa. Y yo me quedé sin jugar en San Martín.
Con el tiempo ese equipo se desarmó. Ya nos estábamos haciendo grandes y empezamos a descuidar el deporte. Las malas juntas, la birra, las chicas ... todo suma. Y resta.
La cuestión es que, teniendo ya edad adulta me lo crucé al DT de Atlético en el centro. Nos abrazamos y empecé a contarle un resumen de mi vida. Noté que me miraba pero no estaba prestándome atención.
DT: "Chango, disculpame, pero me estaba acordando de cuando me dijiste que no. Qué chango zonzo, ahora hubieras sido millonario, hubieses estado rodeado de botineras."
Nos reímos juntos.
Me lo dijo mitad en broma pero mitad en serio. pero imagínense, si ya soy un desastre con una economía marginal, ¿me imaginan con mucho dinero? Sería el apocalipsis caminando.
En fin, de ese changuito que jugaba a la pelota quedó un temperamento muy importante.
Y las ganas de remarla muy lejos. Este partido aún no terminó.

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