martes, 18 de abril de 2017

Pesadillas.

Les temo, a pesar de que son tan predecibles.
Una sombra, el sonido de una puerta, de unos pasos detrás, un grito repentino. No es para menos, a cualquiera le sobresalta una situación así.
Pero las peores pesadillas son esas que surgen de manera inesperada. No las ves venir. Ni siquiera sospechas que te acechan.
Algunas pesadillas comienzan con una sonrisa.

Él me sonrió y fui suya. Él lo supo desde el primer momento.
Hizo que amara las heridas que me provocaba, dándole un sentido aún más perverso al significado del masoquismo.
Me robó hasta la última gota de dignidad.
Logró que gire alrededor suyo. Que suplique por una respuesta a un mensaje, que sea feliz al recibir un gesto de limosna, que mi corazón se acelera con un "te amo" falso, el cual yo sabía que era falso, pero no había caso, tenía que creerlo verdadero.
Me alejé de todos los que me advertían que me equivocaba, que sólo estaba lastimándome cada día más.
No quería entender que el amor verdadero te hace querer ser mejor persona. Estaba ciega y sorda.
Todo el daño que me causó, yo se lo facilité. Yo le di el cuchillo para que lo hunda en mi pecho.
Dejen el puñal ahí, no lo saquen, es mi muerte, no la de ustedes.
Yo ya no soy; ustedes, ustedes témanle a esa pesadilla vestida de sonrisa.

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